Milei presidente: el nuevo decálogo neoliberal argentino

“Nosotros hemos ideado un decálogo que dentro de unos días se conocerá, es el decálogo menemista de la reforma del Estado. El mandamiento uno dice así: nada de lo que deba ser estatal permanecerá en manos del Estado”.

Las palabras citadas fueron pronunciadas en 1989 por Roberto Dromi, por entonces ministro de Obras y Servicios Públicos del recién asumido gobierno de Carlos Menem. El contexto fue la presentación de la Ley 23.696, conocida como “Ley de Reforma del Estado”; aunque su título completo daba más detalles: “Emergencia Administrativa. Privatizaciones y Participación del Capital Privado. Programa de Propiedad Participada. Protección del Trabajador. Contrataciones de Emergencia. Contrataciones Vigentes. Situación de Emergencia en las Obligaciones Exigibles. Concesiones. Plan de Emergencia del Empleo. Disposiciones Generales”. Todo un colectivo de proyectos. 

El anuncio de Dromi y Menem se había realizado en el Salón Blanco de la Casa Rosada, mismo lugar donde Javier Milei comunicó la firma del Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) 70/23, el 20 de diciembre del año pasado. Si bien ese espacio es parte de la vida institucional de todos los gobiernos –tanto de los democráticos, como de las dictaduras–, en esta oportunidad existe una relación nítida entre forma y contenido. Incluso, podría decirse, hay una relación con la fecha elegida para el anuncio. Ambas normas representan el impulso de la agenda neoliberal en nuestro país. Un proyecto de reformas políticas, económicas, sociales y culturales que fue instalado inicialmente con el Plan Martínez de Hoz –en los comienzos de la dictadura cívico-militar de 1976–; que después tuvo un breve reimpulso en la última parte del gobierno de Alfonsín y que, finalmente, se desplegó con toda fuerza en la década de los ‘90 con los dos gobiernos de Carlos Menem y con el de Fernando De la Rúa. 

1989

2023

Tres décadas después, la historia vuelve a repetirse. Todavía no sabemos si como tragedia o como farsa; en todo caso, los próximos días, meses o años nos lo dirán con claridad. Igualmente, y sin precipitarnos, podemos hablar ya de una nueva fase histórica, una nueva avanzada del proyecto neoliberal en Argentina. De un proyecto que nunca estuvo derrotado, sino más bien agazapado, esperando una nueva oportunidad.  

La llegada a la presidencia de nuestro país de un minúsculo partido político inexistente hace cuatro años atrás y de su fenomenal performance electoral durante todo 2023 puede interpretarse mediante numerosas aristas: algunas locales, otras globales; análisis de coyuntura, y también de largo plazo. El calor de los acontecimientos puede llevarnos a un sinfín de debates sobre la irrupción y victoria de la fuerza política liderada por el mediático Javier Milei. De lo que no hay mucho margen, en cambio, debería ser sobre la discusión del corazón de su propuesta política, el núcleo del programa “libertario” argentino, que no es otro sino el retorno de las lógicas neoliberales para la regulación de nuestra vida política, económica, social y cultural. Tanto en la vida individual de las personas, como en la colectiva.    

Porque el neoliberalismo es, por sobre todas las cosas, un proyecto de transformación social-cultural, como nos recuerda el politólogo Tomás Aguerre. Y para afirmar eso, el autor rescata las definiciones de Margaret Thatcher, aquella dama de hierro inglesa que, no por casualidad, es una de las referencias centrales de Milei. Ella decía en 1981:  

No es que haya propuesto una serie de medidas económicas; es que realmente me propuse cambiar el enfoque, y cambiar la economía es el medio para cambiar ese enfoque. Si cambiás el enfoque estás yendo por el corazón y el alma de la Nación. La economía es el método; pero el objetivo es cambiar el alma y el corazón. 

Utilizando esta definición como un manual, el gobierno de Milei comenzó inmediatamente con un primer guadañazo, como fue la destrucción del poder adquisitivo de las personas que viven de su trabajo. La economía como método de disciplinamiento social, primer canal para cambiar el alma y corazón de las y los argentinos. La devaluación de más del 110% anunciada el martes 12 de diciembre se colocó como prólogo de este libreto neoliberal bien conocido: aniquilamiento de los salarios; achicamiento del aparato del Estado; paralización de la obra pública; reducción y quita de subsidios; y congelamiento de la inversión social. 

Cómo estamos, de dónde venimos

Este prólogo ya nos presentó la obra, los personajes y sus primeros actos: precios liberados, sueldos pisados. La consecuencia inmediata, lograda apenas en veinte días, fue la agudización de las variables económicas y sociales que venían muy golpeadas desde hace casi una década. Si tomáramos en cuenta que durante los cuarenta y ocho meses de gobierno de Alberto Fernández el salario real cayó -18%, durante los primeros veinte días de gobierno de Milei se desplomó entre un –12 a -15%. Esto viene a consolidar un panorama que, como dijimos, tiene un comienzo marcado hacia fines de 2015, con la llegada a la presidencia de Mauricio Macri: 

Cabe aclarar que el cuadro no cuenta la devaluación de agosto de 2023. 


La consecuencia de la caída del salario real se refleja en el estado actual del salario mínimo en nuestro país. Cabe aclarar que entre 2014 y 2015, durante la segunda presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, Argentina alcanzó el salario mínimo en dólares más alto de Latinoamérica. Después de diez años, la situación es dramáticamente diferente: Argentina está en el anteúltimo puesto de la región.

FUENTE: elaboración propia a base de datos de chequeado.com y statista.com. Enero de 2024.  

Como decíamos, el enfoque neoliberal encuentra en la economía el principal método de disciplinamiento social. De ahí que siempre en nuestra historia reciente la implementación de estas políticas comienza con el ataque rapaz al poder adquisitivo de los asalariados.  

Pero en las últimas semanas se añadió otro elemento, bien conocido para toda una generación de argentinas y argentinos. El anuncio apocalíptico de una inminente hiperinflación, sostenido por el mismísimo presidente en su acto de asunción –en donde dijo que el último gobierno le dejó “plantada una inflación anual del 15.000%”–, es un mecanismo que recurre al trauma social que vivimos entre los años 1989 y 1990, entre el fin del gobierno de Raúl Alfonsín y el comienzo del de Menem, cuando la inflación anual llegó casi al 5.000%. Como señala el historiador Santiago Campana, la crisis económica y social desatada por la hiperinflación justificó en su momento la implementación del modelo neoliberal menemista: despidos, privatizaciones de empresas y servicios públicos, congelamiento de salarios, recorte de derechos laborales, endeudamiento externo y, finalmente, la convertibilidad. El despliegue final del shock neoliberal que había comenzado en la última dictadura cívico-militar con la implementación del Plan Martínez de Hoz, la liberalización de la economía y la consecuente destrucción de la industria nacional. 

¿Algo nuevo?

La historia parecía haber acomodado aquella experiencia como un capítulo escrito dentro de los libros de nuestra memoria social. Una experiencia sumamente traumática, que dejó a más de la mitad del país sumido en la pobreza, una tasa de desempleo inédita y un endeudamiento externo insólito. Una experiencia que estalló en las calles de todo el país en diciembre de 2001. Pero con la llegada de Macri en 2015, poco a poco se reintrodujeron debates, proyectos y políticas que respondían a este (ya viejo) manual. La reapertura neoliberal del gobierno de Cambiemos no llegó a tomar una forma definida; entre sus filas argumentan que eso se debió por haber sido unas “palomas”; aves que, igualmente, se llevaron el 22% de poder adquisitivo de las personas asalariadas.  

Lo que viene a plantearnos Milei es algo que ya se hizo en nuestro país. Se hizo durante la última dictadura cívico-militar; durante el último tramo del gobierno de Alfonsín y durante la década de los ‘90. El neoliberalismo en Argentina fracasó, llevándose con él a millones de compatriotas hundidos en la miseria. Dejó un país raquítico, cuyo entramado social y económico fue recomponiéndose lentamente durante los últimos veinte años, con una fuerte incidencia de la intervención del Estado como garante de la redistribución de la riqueza, impulsado por los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández 

El mecanismo del miedo que apela a la hiperinflación como posibilidad inminente es efectivo en una sociedad rota: con trabajo, pero con pésimos salarios; y con una década de inflación en aumento, agudizada en los últimos seis años. Milei y su gente ejecutan brillantemente este mecanismo, leyendo el enorme desgaste en el que se encuentra nuestra sociedad. Y en su lectura se anticiparon a todo un sistema político que se madrugó con su irrupción, en parte porque nunca priorizó como urgente la delicadísima situación social 

Como si naufragara en una balsa ante el desamparo de ese sistema político, la sociedad argentina eligió esta propuesta. Un plan que ya fracasó, pero que se presentó novedosamente como alternativa ante toda esta situación. Habrá una discusión sobre la nominalidad del apoyo social recibido en las últimas elecciones –si se referencia en el 30% de los resultados de octubre, o con el 55% de noviembre–. En todo caso, ante el hecho consumado, eso resta importancia. Queda claro que este plan neoliberal tiene en su impulso una legitimidad inédita en nuestra historia, desconocida tanto por el breve ensayo neoliberal del alfonsinismo, como por las estafas electorales de Menem y De la Rúa.  

Y este respaldo social envalentonó a los sectores que ya se están beneficiando con los postulados “libertarios”, y que persiguen como meta la tan ansiada dolarización de la economía argentina, tarea inconclusa de las anteriores experiencias neoliberales vividas en nuestro país y que Milei postula como su objetivo principal, tal como lo presentó en septiembre de 2022 junto a Domingo Felipe Cavallo y Federico Sturzenegger. 

De ahí que los más importantes grupos económicos, los verdaderos dueños “de todas las cosas” –al decir de Rodolfo Walsh–, ya salieran a la luz a respaldar las principales iniciativas del nuevo gobierno, como el DNU 70/23 y el proyecto de ley “ómnibus”: desde el magnate estadounidense Elon Musk (Starlink, Tesla), interesado no sólo en el negocio de las telecomunicaciones en nuestro país, sino también por acceder libremente a la explotación del litio, insumo crítico para la producción de baterías; el multimillonario británico Joseph "Joe" Lewis, beneficiado por la libre venta de tierras y recursos naturales a extranjeros; pasando por Héctor Magnetto (Grupo Clarín), Claudio Belocopitt (Swiss Medical Group), Eduardo Eurnekian (Investment y Corporación América), Eduardo Elsztain (IRSA y CRESUD), Marcos Galperín (Mercado Libre y Mercado Pago), Mario Quintana (Farmacity), Paolo Rocca (Techint), Carlos Herminio Blaquier (Ledesma), Luis Pagani (sector alimentos), Alfredo Coto (Coto) y Mauricio Sana (Flybondi).  

Trascendió que gran parte de las propuestas de desregulación en materia impositiva, de la economía y de las relaciones de trabajo presentes en el DNU y en el proyecto de ley fueron confeccionadas por el grupo del economista Federico Sturzenegger y por el bufete de abogados del Estudio Bruchou & Funes De Rioja, relacionados el primero con el círculo de Domingo Felipe Cavallo, y el segundo con los grandes conglomerados de empresarios nacionales. Los dueños de la pelota definen así las reglas del juego 

La primera impresión que resulta de todo esto nos remite a los mismos actores que se beneficiaron con la desregulación de la economía y las privatizaciones impulsadas por las políticas neoliberales desde 1976: a muchos de los apellidos mencionados anteriormente, hay que sumarle los Macri (Sideco), Bulgheroni (Bridas), Braun (Austral), Roig (Bunge y Born), Lacroze de Fortabat (Loma Negra), Orsi (Pérez Compac), Pescarmona (IMPSA). Todas estas familias engrosaron sus negocios comprando pequeñas-medianas empresas y sectores de la industria nacional fundidas por la apertura indiscriminada de las importaciones, así como con la adquisición de compañías públicas rematadas a precio vil, producto de las veloces privatizaciones. 

Mismas políticas, mismos resultados. Los ganadores fueron siempre los mismos. Porque más allá de discusiones teóricas, la historia nos demostró que en donde deja de intervenir el Estado y se abre indiscriminadamente el mercado, intervienen los grandes grupos económicos. En la ley de la selva, gana el más poderoso. Y nuestra memoria, junto con la de los caídos por este sistema neoliberal pendenciero que se aplicó en nuestro país, todavía está muy cerca para recordárnoslo.  

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